
Noto que me muevo. Que voy caminando. Que voy haciendo. Que voy sintiendo.
No sé a dónde voy. No sé qué hay del otro lado del puente.
Me siento enredada.
No sé bien a dónde me llevan los pies.
Y francamente, no creo que me importe mucho.
Me agarro de las cosas o personas que me hacen sonreir.
Ando inseparable de mi maletín de 'buenos hábitos', donde llevo narices, zapatos de tango, un baño de sales con vela, recuerdos de mi tierra roja, abrazos de mi sobrina, cantitos de mamá, un espejo, piropos, una libreta y un boli, un libro de cuentos infantiles, la bici, chocolate, abrazos...
Las dudas no me molestan, al contrario, me quitan el piloto automático, y lo agradezco.
Los miedos están, e intento dejarlos salir. No quiero ocultarlos. Me cuesta, pero los escucho, los anoto, y luego los leo con una sonrisa, como si se tratara de un chiste o de un poema de amor. No quiero tenerle miedo a mis miedos.
Noto que me muevo.
No sé bien a dónde me llevan los pies.
Y francamente, no creo que me importe mucho.