En su momento creí que era una afirmación bastante exagerada.
Hoy, la vida me pone en una situación donde me obliga a cambiar. A moverme.
Si algo tengo claro hoy, es que no puedo quedarme donde estoy. Y no por decisión propia.
Entonces miro a mi alrededor.
Y aparece la voz de mi hermano en off. Efectivamente, todo a mi alrededor, forman las paredes de mi prisión.
Mi huerto, mi piso con terraza, el coche, la bicicleta, la ropa, los libros, mi pareja, mi profesión, este blog, cada palabra que digo o idea que sentencio, la alegría que brindo cada día en mis clases, mi entusiasmo, mis creencias, mi imagen, la hija que tengo y el hijo que anhelo.
Todo lo que hago, me aprisiona.
Y comprendo por qué en momento de máxima crisis, donde "tocamos fondo", encontramos la fe y el entusiasmo.
En ese momento, tenemos la ligera ilusión de fugarnos. Empezar de nuevo. Desechar lo viejo.
Y así comenzamos un nuevo camino sin darnos cuenta, que en cada paso que damos, decisión que tomamos, afecto que ganamos, estamos creando una nueva celda.
Quizá más cómoda, quizá más austera, pero celda al fin.
Pero no todo es tan negro.
Porque la libertad existe.
Y lo sentencio porque la experimento en ocasiones.
La libertad existe en ese abrazo sin expectativas.
En esa sonrisa a un niño desconocido en la calle.
Cuando mirás a tu papa, y ya no ves a tu papa, solo ves a una persona que se hace vieja.
Cuando bailo y mi cuerpo rie y vibra.
Cuando cierro los ojos, respiro, y no hay pensamiento.
Y descubro, que a pesar de todas las paredes que fui levantando, mi libertad, "Es" ese cerrar de ojos, donde siento la alegría de ser, de estar.
Cómo vivir desde la libertad en la prisión que nos creamos?
La búsqueda de la libertad es la única fuerza que yo conozco. Libertad de volar en ese infinito. Libertad de disolverse como la llama de una vela, que aun al enfrentarse a la luz de un billón de estrellas permanece intacta, porque nunca pretendió ser más que lo que es: la llama de una vela
-Carlos Castaneda - “El Arte de Ensoñar”
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