Patidifusa

Llegué a Posadas.
Más bien aterricé en Posadas.

Venir acá es venir a que te atropelle la familia, las fotos de nena, el video de 15, la escuela de monjas, la casa donde creciste, la esquina del primer beso, el mirador del primer polvo, el pasado...

Cuando bajás del avión, el calor y la humedad te dan una amarga bofetada que te 'ubica' en esta mágica burbuja de selva, río, tierra colorada y cumbia. Mucha cumbia.

Con los días vas cambiando el 'tío' por el 'pibe' y la gente en la calle al verte, te abraza como si fueras un trofeo, una novedad o una vieja amiga. Cuando en realidad, no sos nada de eso y siempre agregan: "cheee, pero no tené tonada de gayega?!" (sí, con 'y' y sin 's').
Pero los abrazos son abrazos y da igual de dónde provengan cuando los acompaña una sonrisa.

Y pasan los días hasta que el cuerpo y sobre todo la mente se acostumbran a no tener nada que hacer. A no tener que correr del trabajo a la cita con amigos entre el par de horas libre que queda antes de la clase de tango.
Y la experiencia te dice que justo cuando empezás a disfrutar realmente del 'rasca rasca' te vas. Pero estando recién yegada (sí, con 'y') pa qué pensar en la ida, chamiga.
Luego viene la primer salida, como la presentación en sociedad. "Ey, mellis, donde era que estaban ustedes?".

Y pasan los días.
Y te acostumbrás a ellos y ellos a vos.
Y lo que antes era tu casa ahora es el extranjero.

Y le vas confiando al sol, al lapacho, al río, a la sobrina nueva, a la tierra, a la lluvia y a las chicharras tus dudas, tus miedos, tus amores, tus…
Depositando en cada cosa un poquito de todo.
Vaciándote.
Dejando que te lleve la corriente porque notás que los pies están 'difusos'.